Las relaciones España-EEUU ante el segundo mandato de Obama
Faltan justo dos meses para que Barack Obama vuelva a ser investido oficialmente como Presidente de los EEUU. En esta ocasión la “inauguration” será un poco deslucida por dos motivos. El primero es una cuestión azarosa que tiene que ver con el calendario y la regulación que hace la XX Enmienda de la Constitución al establecer que la investidura deba realizarse antes del mediodía del 20 de enero. Dado que esa fecha será domingo en 2013, la ceremonia tendrá que desdoblarse de forma que el presidente reelecto prestará primero juramento en privado el domingo 20, dejando para el día siguiente la pompa y el acompañamiento popular que rodea al gran acto público en el Capitolio. El segundo motivo de deslucimiento será mucho más político. Aun cuando el caprichoso calendario ofrezca también un guiño, pues el lunes 21 se celebra la fiesta de Martin Luther King, es imposible que ahora se repita el entusiasmo colectivo vivido hace cuatro años cuando cerca de dos millones de esperanzados asistentes (y algunos miles de millones más de telespectadores en todo el planeta) tuvieron conciencia de asistir a un momento histórico. Es verdad que el Presidente sigue despertando una simpatía mayoritaria en su país y que ese sentimiento se amplía de manera rotunda en el resto del mundo y, particularmente, en España. Sin embargo, es también evidente que ha hecho mella una cierta decepción por los resultados ambiguos de su primer mandato y que hoy Obama irradia mucho menos brillo que en 2009.
En ese sentido, resulta interesante señalar que esa relación de simpatía algo desengañada entre Obama y los ciudadanos puede trasladarse al estado de la relación diplomática entre España y los EEUU. Como he analizado en un trabajo publicado recientemente como ARI del Instituto Elcano, cuatro años después de la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca sigue sin haberse cristalizado la plena reconciliación entre los dos países y Washington no parece en disposición de reconocer políticamente la importancia que nuestro país tiene como aliado. Es verdad que en este cuatrienio que ahora acaba la cooperación entre ambos países ha sido satisfactoria, pero existe la percepción de que el vínculo político y diplomático no refleja adecuadamente la densidad de los actuales intercambios económicos, sociales, científico-educativos o culturales.
En enero de 2009, tras cuatro años y medio de ausencia total de trato entre los dos países (por las malas relaciones entre George W. Bush y José Luis Rodríguez Zapatero), pareció abrirse una oportunidad única para rectificar esta situación. Si bien las relaciones mejoraron y se produjeron progresos en el nivel sectorial, la cancelación de la visita de Barack Obama a Madrid prevista para 2010 y la escasa intensidad de las relaciones al más alto nivel terminaron por restarle brillo a una reconciliación que ha quedado a medias. La sensación es que la Administración Obama ha sido un tanto cicatera a la hora de reconocer la contribución española en algunos frentes especialmente delicados, como la misión en Afganistán, la contribución de la base de Rota a las operaciones en Libia y al futuro “escudo antimisiles” o la adopción de costosas sanciones a Irán. Por ejemplo, el actual ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, no ha conseguido que EEUU se comprometa a asumir la limpieza de la zona almeriense de Palomares ni una firme condena de Washington a Argentina tras la expropiación de YPF en perjuicio de Repsol.
EEUU sostiene en público que esa sensación de agravio carece de justificación, pero en privado reconoce que no se han disipado por completo las dudas sobre la fiabilidad de España como socio provocadas por las retiradas de Irak en 2004 y de Kosovo en 2009 y que existe cierta reticencia a invertir grandes cantidades de tiempo y esfuerzo en una relación con resultados modestos. Al fin y al cabo, la España de 2012 no es un modelo de país con el que los políticos norteamericanos deseen asociarse, tal y como se ha demostrado en la pasada campaña con las alusiones despreciativas de Mitt Romney en los debates y los comentarios de Obama citando a España como ejemplo de una mala respuesta a la crisis. Ahora, una vez transcurrido el 6 de noviembre y con la certeza de que Obama tendrá un nuevo mandato, la relación entre Madrid y Washington para 2013-2016 se inclina hacia la continuidad. Los planes de Mariano Rajoy y García Margallo pasan por mantener una buena relación, aunque sin un perfil excesivamente alto (al que tampoco pueden aspirar) que en todo caso no resulte contradictoria con la prioritaria apuesta europeísta.
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Acerca del autor

Ignacio Molina
Investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid. Sus áreas de investigación incluyen el futuro del proceso de integración europea, la política europea de España, y la política exterior española. @_ignaciomolina
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Las relaciones transatlánticas suelen presentarse como una combinación de intereses y valores, o de poder e identidad si se quiere. En el caso de España, parecía que los desencuentros con Washington en la etapa socialista se produjeron por diferencias de valores y visiones del mundo, especialmente en cuanto a la aceptación o no del papel de EE.UU. como líder en el sistema internacional (defendido tanto por la Administración Bush como por la de Obama, aunque con menores tentaciones unilaterales en la segunda). Sin embargo, la llegada al poder en España de un gobierno con una visión claramente positiva de ese liderazgo estadounidense y de los valores representados por EE.UU. no ha aumentado nuestra relevancia para Washington; lo que hace pensar que los límites de la relación, como señala Ignacio Molina, tienen más que ver con nuestro poder e influencia internacionales (y por tanto, nuestra utilidad como aliados para los intereses de EE.UU.) que con una mayor o menor afinidad ideológica. Para mí, la lección es clara: las alianzas o alineamientos externos, por sí solos, no pueden resolver las carencias de nuestra política exterior; la cual no será eficaz hasta que no contemos con un poder “hard” y “soft” que nos haga ser tenidos en cuenta por derecho propio.
Estoy sustancialmente de acuerdo, Javier. De hecho, si Madrid fue relevante para Washington en el periodo 2001-2004 no fue tanto por méritos de la política exterior española desarrollada en aquel momento o por algún tipo de afinidad ideológica entre fuerzas conservadoras, sino más bien porque resultábamos coyunturamente útiles para sus intereses. Por aquel entonces, a los EEUU de George W. Bush les interesaba demostrar que, por encima de las reticencias de algunos estados europeos, tenían gran capacidad para conformar una alianza sólida de países occidentales que le acompañaran en su Guerra contra el Terrorismo Global y sus diversas derivadas. Tengo en cambio mis dudas de que la diplomacia española entre 2004 y 2010 tuviese una auténtica visión propia alternativa del mundo. Y en la nueva etapa iniciada a partir de 2010 (que apenas ha variado tras el relevo de gobierno del año pasado) la prioridad es tan monográficamente europea que no ha dado tiempo a definir aun bien el papel que ha de ocupar EEUU en nuestra estrategia de acción exterior para el futuro.
Y no nos olvidemos de las pocas inclinaciones europeas de la propia Administración o de la aceptación del relato de los BRIC. España interesa poco dentro de una Europa que ha interesado escasamente al presidente estadounidense y, especialmente, a sus asesores más jóvenes más allá de la crisis económica. Sino fuese por las cuestiones identitarias o de valores, los intereses geopolíticos de Estados Unidos ya lo habrían alejado definitivamente de Europa. Y eso que como dice Gelb, los aliados asiáticos nunca reemplazarán a los europeos como principales socios militares, comerciales o políticos. Aunque, según él, el presidente no ve las cosas de la misma manera y eso pese a la falta de resultados evidentes de su política asiática.
Gracias, Juan, por tu comentario. Aunque la verdad es que dos procesos tan complejos como la crisis del euro o la Primavera Árabe demuestran que, a pesar de todo, EEUU debe prestar atención a Europa (y, por cierto, a España que es una importante pieza en ambos procesos por su delicada situación económica y geográfica). Por otro lado, tu propio comentario encierra la duda que vive Washington con respecto a la UE: ¿nos ha de seguir atendiendo por una cuestión de valores (los occidentales frente a los alternativos de los BRICs) o más bien de intereses (la estrecha relación militar, comercial o política transatlántica que no pueden reemplazar las potencias emergentes de Asia)?
Merece la pena repasar los viajes internacionales realizados por Obama en su primer mandato. España es, junto con Sudáfrica y Argentina, el unico país del G20 (donde es, no miembro oficial, sino “invitado permanente”) que Obama aún no ha visitado. En cuanto a Europa, Obama ha estado, por un motivo u otro, 4 veces en Francia, 2 en el Reino Unido, Alemania, Chequia y Dinamarca, y 1 vez en Italia, Turquía, Irlanda, Noruega, Polonia y Portugal. La mayoría de estos desplazamientos se enmarcan en 3 giras regionales que incluyeron eventos multilaterales. La ausencia es incluso más llamativa en el ranking de países por PIB: de los 17 primeros, España es el único que sigue sin estrenarse en la agenda viajera de Obama. Ni siquiera la frecuente presencia de España, por las razones conocidas, en el discurso del presidente en los últimos meses ha alterado ni parece que vaya a alterar esta inercia. Motivos concretos aparte (carecemos de peso suficiente, como Francia; no aportamos gran valor estratégico, como Australia; no somos potencia emergente, como India; no somos pivote de seguridad, como Colombia; no somos ejemplo de un modelo a elogiar, como Ghana o Chile; no ofrecemos un símbolo moral, como Myanmar; no poseemos un vínculo emocional, como Irlanda; o, simplemente, porque no nos ha tocado organizar una cumbre internacional, etc), el caso es que España se ha convertido en la mayor anomalía internacional.
En efecto, Roberto, es difícil no concluir que -detrás de esas cifras tan interesantes que aportas- hay una cierta desconsideración. Tal vez sea exagerado hablar de la “mayor anomalía internacional” pero, en los términos concretos de las relaciones exteriores bilaterales desarrolladas por Obama durante su primer mandato, probablemente no existe un caso más notorio de contraste entre la importancia objetiva de un aliado en muchas dimensiones (por ser España el séptimo socio militar en el seno de la OTAN, el quinto estado miembro de la UE, o tener capacidad de liderazgo regional en dos áreas claves para EEUU como América Latina o Mediterráneo) y el poco reconocimiento diplomático ofrecido por la Casa Blanca; que se suma además a los cuatro años previos de George W. Bush donde se rozó la hostilidad. Es verdad que, como señala el ARI al que hago referencia, ha habido algunos gestos de consolación. Y también es seguro que hay un poco de azar en el hecho de no haber recibido aún la visita del Presidente pues, en efecto, algunos de los viajes que mencionas se debieron a la asistencia a cumbres multilaterales o incluso a la recogida del Premio Nobel en Oslo (Obama, por ejemplo, tampoco ha ido a Holanda, que tiene para Washington una relevancia similar a España en el terreno de la seguridad y claramente mayor en el ámbito comercial). Pero lo más relevante de tu comentario tiene que ver con la falta de atractivo que en este momento aporta España en términos de peso total, valor estratégico, vínculo humano y empresarial, modelo a seguir o símbolo. Y, sin embargo, el potencial que tenemos para EEUU en todos esos aspectos sigue siendo alto. Como es una relación bilateral, las dos partes tendrán que trabajar para conseguir la plena reconciliación, pero ésta no llegará hasta que no empecemos a superar el actual momento crítico.