La voladura del trilema de Rodrik
Esta entrada también está disponible en: Inglés

Shanghái. Foto: zhang kaiyv / Unsplash
En su libro La paradoja de la globalización, el profesor de Harvard Dani Rodrik planteó en 2011 su famoso trilema: no se puede optar simultáneamente por la hiperglobalización económica, la soberanía nacional y la democracia, sino sólo por dos de estos elementos a la vez. Hay que elegir los lados de ese triángulo (y es una elección con consecuencias: gobernanza global, camisa de fuerza dorada y compromiso de Bretton Woods u orden liberal). Pero en estos tiempos de salida de una larga crisis y de cambio de orden mundial, los tres vértices –y por consiguiente, los lados– están saltando a la vez, o al menos viéndose sometidos a tensiones que veremos si son resistibles, desde luego en Europa, pero también más allá: la globalización, ya frenada antes y más aún con la guerra comercial que ha puesto en marcha Trump; la soberanía nacional, con las tensiones territoriales en diversos Estados y los nuevos nacionalismos; y la democracia con pasos atrás en el Estado de Derecho en varios lugares y la crisis de los sistemas y el auge de los populismos. Ya no se puede elegir entre los tres lados.

Trilema de Rodrik.
Empecemos por la soberanía nacional, aunque paradójicamente pueda resultar un espejismo en estos tiempos, al menos para las sociedades europeas. Varios son los países que están viéndose sometidos a tensiones territoriales, a secesionismos o graves divisiones internas. Entre ellos, España con la cuestión catalana, junto a otros procesos centrífugos menos evidentes. Pero también estamos viendo cómo Italia está política, social y económicamente partida en dos, entre un Norte y un Sur, aunque ahora se mantenga unida, de forma inestable, por una coalición de gobierno de dos populismos de distinto signo e implantación territorial. Hay muchos otros casos, como estamos viendo, por ejemplo, en Alemania con Baviera. La dimensión de soberanía nacional está alimentando los nacionalismos, estatales y subestatales. El nacionalismo y el soberanismo se han hecho fuertes en países grandes como Rusia, Turquía, China, la India y EEUU (America First).
Estas tensiones en torno a la soberanía nacional están afectando a la integración europea, que era una respuesta sui generis al trilema de Rodrik, pero se encuentra en un estado delicado, debilitada por las fuerzas disgregadoras de las que hablamos. A su vez, la UE tenía su propio trilema: no podía optar a la vez por una integración más estrecha, el mantenimiento del Estado nación y la democracia. Macron ha puesto en marcha un debate interesante sobre la “soberanía europea”.
En cuanto a la democracia, está en retroceso en el mundo, como reflejan los índices de Freedom House o de The Economist. Los regímenes autoritarios (de diversa índole) no sólo no se suavizan, sino que se refuerzan. China es el mayor ejemplo. Incluso en la Europa de los supuestos valores democráticos, hay claras involuciones democráticas, por ejemplo, en Polonia o en Hungría, Estados miembros pero a la vez soberanistas y radicalmente contrarios a acoger más refugiados o inmigrantes, una actitud que se está extendiendo como una mancha de aceite y que corroe la UE. En muchos casos han eclosionado los populismos que favorecen el nacionalismo y limitan la globalización. Lo ocurrido en muchas democracias europeas (Francia, España, Alemania, Italia, etc.) y no europeas ha llevado a destrozar o transformar profundamente los existentes sistemas de partidos políticos.
La globalización se ha frenado. El último World Investment Report de la UNCTAD recoge una reducción en 2017 de 23% en los flujos de inversión extranjera directa en el mundo. Aunque la Organización Mundial de Comercio apunta que el crecimiento del comercio fue en 2017 el más fuerte desde 2011, también señala que entre octubre de 2017 y mayo de 2018 las medidas de restricciones comerciales de las economías del G20 se han doblado respecto al mismo período un año antes. Y ello cuando aún no estaba en marcha la guerra de aranceles desde la Administración Trump. El economista Paul Krugman apunta que una guerra comercial generalizada podría llevar a reducir el comercio mundial en un 70%.
Un problema central es que no sólo no se puede ya descomponer la triada de Rodrik en pares, sino que lo ocurrido en los tres vértices del triángulo y sus lados ha generado un círculo vicioso, y no virtuoso, que afecta a todos. Hay mucha nueva literatura al respecto. Ya hemos mencionado la relación entre soberanismo y democracia; o entre globalización e identidad nacional; o entre la primera y la pérdida de control democrático. Estamos ante relaciones causales, no meras correlaciones.
El politólogo británico David Held ve otro tipo de crisis triangular que tiene que ver con lo anterior: en ella se solapan la crisis de la democracia, la de la globalización y la de la gobernanza global, lo que produce una paralización (gridlock) que amenaza el orden mundial anterior, los principios de la democracia y la cooperación global. Según Held, las instituciones (que otros llaman del “orden liberal”, la base del triángulo de Rodrik) de la posguerra mundial permitieron que creciera la interdependencia a medida que nuevos países entraban en la economía global, un círculo virtuoso que no podía durar porque “puso en marcha tendencias que en último término socavaron su efectividad”. Ahora la multipolaridad, el citado soberanismo de las grandes potencias y el declive de Occidente hacen más difícil llegar a acuerdos de gobernanza global, cuando los problemas son más complejos y “penetran profundamente” en las políticas nacionales, incluido el conflicto que generan los que se quedan atrás en las sociedades. Para Held, la citada paralización “congela” la capacidad de resolver problemas en la política global, comerciales o geopolíticos, como se ve en partes de Oriente Próximo u otras zonas, lo que a su vez provoca olas de refugiados que afectan a las políticas nacionales de los países receptores.
Es decir, por ponerlo en los términos de Rodrik: el círculo vicioso que se está generando en la explosión de los vértices y lados de su trilema dificulta una salida. No es que sea aún catastrófico, pero sí, como poco, inquietante. Y requiere, si no soluciones, al menos opciones. Continuará.
En mi opinión no puede darse por muerto el trilema, sino que de manera creciente se estaría abandonando el vértice de la hiperglobalizacion para preservar el estado nación y las políticas democráticas. Y esto por dos razones:
1. Si entendemos por politicas democráticas no tanto la preservación del Estado de derecho y los contrapesos institucionales como que los representantes nacionales puedan desarrollar las políticas preferidas por sus votantes nacionales, el auge de los populismos y de la corriente anti-inmigración únicamente reflejaría las preferencias cada vez más intensas de muchos electorados nacionales en esa direccion y no podría hablarse de la implosión de ese vértice.
2- Las corrientes separatistas en varios países europeos (así como el Brexit) pueden entenderse del mismo modo como la opción por renunciar a la globalización (Libertad de movimiento de bienes, servicios, capitales y personas) en favor de la formación de nuevos estados nación que reflejen en mayor medida las preferencias de ese conjunto de votantes más pequeños. Esta interpretación creo que cada mejor con la existencia simultánea de las corrientes nacionalistas en muchos países que se señalan en el texto.
Bajo esta interpretación de los hechos, el trilema seguiría vivo y lo que vivimos serían las consecuencias de optar por abandonar la hiperglobalización (sin que con ello quiera hacer ningún juicio de valor)