La Europa “que protege”, ¿también a las mujeres?

Poster de la campaña por el día internacional de las mujeres del Parlamento Europeo. Foto: © European Union 2011 PE-EP/Pietro Naj-Oleari (CC BY-NC-ND 2.0).
Hay mucho en juego en las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Nunca como ahora el voto de los/as europeos/as decidirá tanto sobre el presente y el futuro del proyecto comunitario, tanto en término de valores como de los intereses de la UE en el nuevo escenario global. El debate se plantea casi en clave de quienes apuestan por una UE que aborde, de manera compartida, los desafíos comunes conforme a los principios en los que se ha venido asentando el proyecto, o quienes apuestan por respuestas nacionales a los retos complejos que enfrenta la Unión. Fortalecer el proyecto supranacional o debilitarlo a favor de un nacionalismo revisitado.
El repliegue nacionalista y xenófobo de algunas de las formaciones políticas que concurrirán a estas elecciones incorpora también tintes sexistas y machistas, en un retroceso evidente cuando pensábamos que algunos derechos y libertades se habían conquistado definitivamente, o se estaba en camino de profundizar. La igualdad efectiva entre hombres y mujeres, aspiración y seña de identidad de las sociedades modernas, abiertas y prósperas fue, desde su origen, un objetivo del proyecto europeo que, no obstante, está lejos de ser una realidad. En el propio ámbito de las instituciones europeas (con un Parlamento en el que las mujeres son solo el 37% de los diputados, y una Comisión que no ha avanzado desde la anterior legislatura, con 9 comisarias frente a 19 comisarios) podría no solo avanzarse en términos de paridad, sino dar varios pasos atrás.
La UE, como recuerda el G5+ (Gender 5 plus), el primer think tank feminista europeo, es un espacio político que los ciudadanos podemos moldear. ¿Qué UE queremos en 5, 10, o 50 años?, ¿qué UE queremos construir?, ¿dónde se sitúan las mujeres en este contexto político?
La última encuesta europea dedicada monográficamente a la igualdad de género (un eurobarómetro especial publicado en noviembre de 2017 con datos de junio de ese año, y más de 28.000 entrevistas en los 28 Estados Miembros) no es alentadora.
Según este estudio, los europeos están bastante divididos sobre la situación de la igualdad de género en sus respectivos países: el 51% cree que se ha alcanzado en el ámbito político, el 48% que se ha alcanzado en la esfera laboral, y el 44% que se ha logrado en las posiciones de liderazgo en las empresas y en otras organizaciones.

Fuente: Gender Equality 2017, Special Eurobarometer 465, European Commission.
Mientras casi la mitad de los europeos considerarían que se ha alcanzado la igualdad, los datos indican lo contrario. Así, y aunque con sensibles diferencias entre países, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en los puestos de toma de decisiones en el ámbito político y empresarial, ganan un 16% menos de media que los hombres en el conjunto de la UE, y la violencia contra las mujeres sigue siendo un fenómeno generalizado que afecta a un tercio de las mujeres europeas.

Fuente: Gender Equality 2017, Special Eurobarometer 465, European Commission.
Cuando se pregunta por estereotipos de género, los resultados no mejoran, con un 44% de europeos que cree que el papel principal de una mujer es cuidar de su familia y su hogar, o el 43% que considera que el rol más importante de un hombre es ganar dinero. Si vamos a la respuesta por países encontramos que Bulgaria y Hungría, seguidos de Lituania, son los más estereotipados, frente a Suecia, Dinamarca y Países Bajos, que lo son en mucha menor medida.

Fuente: Gender Equality 2017, Special Eurobarometer 465, European Commission.
No obstante, en el ámbito de los principios destaca el elevado porcentaje (91%) de europeos que afirma que “promover la igualdad de género es importante para la sociedad, la economía y para ellos personalmente”, y que lo es también para “asegurar una sociedad justa y democrática”. Adicionalmente, el 87% considera que promover la igualdad de género es importante para las empresas y para la economía. En la esfera de los cuidados, el 84% aprueba que los hombres compartan las tareas del hogar, y que tomen permiso parental para cuidar a sus hijos. El 50% reprocharía a sus amigos una broma sexista, y el 41% está de acuerdo con que un hombre se identifique a sí mismo como feminista. Los encuestados en Suecia, Finlandia y España, son quienes más apoyan que los hombres contribuyan a la igualdad de género, mientras que el menor apoyo se observa en República Checa, Lituania y Eslovaquia.
El pasado 5 de marzo el presidente francés Emmanuel Macron, en una carta publicada en periódicos de toda la UE, se dirigía al conjunto de la ciudadanía europea subrayando el momento decisivo que atravesamos, y apelaba a resistir “a las tentaciones del repliegue y la división”, construyendo un renacimiento europeo en torno a tres aspiraciones: la libertad, la protección y el progreso. ¿Pueden impulsarse estos principios sin defender y consolidar los derechos y libertades de las mujeres? ¿La Europa “que protege”, tiene en cuenta a las mujeres?, ¿qué propuestas ofrecerán los programas electorales en materia de igualdad de género?, ¿qué votarán ellas?
Sin duda en estas elecciones hay mucho en juego. Siguiendo con la propuesta de Macron, un “renacimiento” europeo basado en la libertad, la protección y el progreso tiene que poner a las mujeres en el centro de sus propuestas, integrando sus intereses y visiones en la formulación de las políticas públicas. La igualdad de género es uno de los valores esenciales del proyecto europeo pero, como en otros casos, está siendo cuestionada en el seno de nuestras propias sociedades, generando división (entre hombres y mujeres, utilizando para ello mensajes falsos sobre los objetivos que persigue el feminismo), y una vuelta a una “nueva normalidad” machista y/o misógina que tiene a Donald Trump como adalid.
Como ya sucediera el 8 de marzo del pasado año, mañana mujeres de todo el mundo están convocadas a la segunda huelga feminista internacional. En más de 170 países se conmemorará (no hay nada que celebrar) que hay mucho por hacer para transformar el mundo masculino global en el que vivimos en un planeta 50/50, que en 2030 aspira a conseguir la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas. Este patriarcado, que caracteriza al conjunto de nuestras sociedades, es también la estructura sobre la que se asienta el “espacio más abierto, libre y próspero del mundo” que es la Unión Europea. En numerosos países europeos, las mujeres están llamadas a la huelga, así como a las manifestaciones convocadas en decenas de ciudades de la UE. El pasado año España, con el impulso del movimiento feminista, lideró la respuesta a la convocatoria de huelga, así como la expresión en las calles, con multitudinarias manifestaciones en todo el país que se caracterizaron por una participación transversal (mujeres y hombres de distintas edades, grupos sociales o identificación ideológica). En 2018 la sociedad española, más favorable que la media europea a combatir las discriminaciones contra las mujeres –en particular la violencia de género–, y a promover la igualdad entre las dos mitades de la población, trasladó un mensaje nítido sobre la cohesión en torno a un objetivo prioritario, la igualdad de género, que es bueno para el conjunto de la sociedad, y no solo para las mujeres.
En las elecciones europeas de mayo hay mucho en juego. También en términos de libertades y derechos de las mujeres. Su voto, y el de los hombres que se definen como feministas, podrían marcar la diferencia entre la Europa que queremos para dentro de 5, 10 o 50 años.
Propongo reflexionar más allá de lo que digan las cifras de las encuestas y de las encuestas mismas. Unas y otras pueden dibujar y cuantificar modelos e indicadores, aunque, no nos ayudaran a dar el paso cualitativo necesario, ese paso que aún no hemos dado, el paso que nos puede encaminar de forma decidida a obtener la igualdad real entre hombres y mujeres, igualdad entendida como un hecho cotidiano y natural, como una costumbre, incluso, como una tradición. Me figuro que esa debe ser la imagen final del camino que debemos empezar a construir paso a paso hasta conseguir la meta fraternal e igualitaria, que en libertad, nos abrace a las mujeres y a los hombres como individuos plenos que se reconozcan mutuamente sin etiquetas, sin barreras y sin perjuicios.
Ese paso cualitativo no es el del enfrentamiento, para eso ya se han bastado todas las demás revoluciones de signo patriarcal. Tampoco es el de la competición para demostrar musculatura mental o física, no es el camino del materialismo árido y descarnado que a cada paso nos deja más agotados e insatisfechos rodeados de cosas y alejados de las personas. La revolución feminista, lejos de ser matriarcal como la otra cara de la moneda, ha de ser conjunta, poderosa, alegre y victoriosa; repleta de sabia equidad entre lo femenino y lo masculino, acogedora y vital como el fruto femenino y germinadora y generosa como debe ser el hecho masculino. Una revolución de todos, para todos y contra nadie. El mundo de hoy necesita con urgencia un mayor peso de las mujeres y de lo femenino en todos los planos. Necesitamos esa revolución.
Para empezar, se me ocurre que han de cambiar algunos modelos y reformular algunos conceptos que todos tenemos asimilados como intocables:
Nuestro principal empeño no ha de ser el de vivir atropelladamente cuantificándolo todo. Eso no es vivir, simplemente es transitar y comparar, algo parecido a tragar la comida en el menor tiempo posible en lugar de degustarla en el paladar. La reconciliación familiar es imposible si seguimos tragando a mandíbula batiente los minutos de nuestro día a día a día.
Cada día debemos ser generosos con los cercanos, no de forma teórica o conceptual, y no solo en lo material, también en lo emocional, en lo intelectual. Pensar en modo de generosidad también es un componente de ese paso revolucionario.
El respeto no ha de ser un concepto practicado más que pregonado. Respetar al otro, respetar especialmente a las mujeres, en un signo que habla de la madurez, seguridad, valentía, y altura de miras de los hombres y, es también un signo que habla de la propia autoestima de las mujeres.
Por otro lado, y no es baladí, vendría bien que alguien se inventara una nueva letra que añadir al alfabeto. Una letra integradora que nos abrace a todos y destierre la segregación de géneros en el lenguaje cuando queramos referirnos a los hombres y a las mujeres por igual.
…
Os animo a añadir más propuestas que, como sillares de un puente, conformen el camino sobre el que transitar hasta la otra orilla apara travesar la frontera de los miedos ancestrales y de las falsas distinciones. Esa gran obra que nos permita reconocernos y sentirnos iguales sin distinción de géneros. El puente del género humano en el que quepan por igual mujeres y hombres, hombres y mujeres.