It’s the Military, Stupid!

Jan Techau, Director of Carnegie EuropeFirma invitada: Jan Techau (Director de Carnegie Europe).

Mucho se ha dicho y escrito desde el pasado mes de noviembre sobre cómo van a evolucionar las relaciones transatlánticas durante el segundo gobierno de Obama. Los europeos, que albergan un incómodo sentimiento de amor no correspondido hacia el presidente de los EEUU, se han estado preguntando cuál sería la clave de unos vínculos más estrechos con los Estados Unidos que parecen perder su interés por el viejo mundo.

Una Zona de Libre Comercio Transatlántica (TAFTA según sus siglas en inglés) de momento parece ser la mejor apuesta y es cierto que TAFTA representaría un paso sumamente importante para aumentar el crecimiento y el empleo y estrechar las relaciones políticas entre ambos lados del Atlántico. Sin embargo, este no será el factor de cambio. La verdadera clave de las relaciones transatlánticas en la próxima década estará en la seguridad y la defensa. Lo más útil que pueden hacer los europeos por su reforzar su alianza con los Estados Unidos es, por fin, poner orden en las cuestiones militares.

Los motivos son clarísimos y se han puesto de relieve muchas veces: en términos relativos, tanto Europa como EEUU, los principales poderes del “Occidente globalizado”, se están debilitando en el nuevo mundo multipolar. Al mismo tiempo, este nuevo mundo tiene una mayor necesidad del tipo de servicios de “estabilidad” que los Estados Unidos, como el principal guardián del orden mundial liberal,  le han proporcionado durante las últimas dos décadas a los bienes comunes globales.

Para los países europeos de escasos recursos que dependen del comercio, la supervivencia del orden mundial liberal tiene un significado existencial.  Europa necesita un sistema internacional erigido sobre mercados abiertos, rutas de libre comercio, y por lo menos un conjunto mínimo de normas aceptadas por los estados.

Fuera del Occidente globalizado, pocos países parecen tener un fuerte sentido de responsabilidad de proteger el orden mundial liberal.  Gobernar los estados díscolos, patrullar  las rutas marítimas, luchar contra la piratería y el terrorismo internacional, dar garantías de seguridad a países bajo amenaza, proporcionar la mayor parte de la ayuda al desarrollo, promover la democracia y los derechos humanos, impulsar las partes en conflicto hacia una solución diplomática – todo ello y muchas más iniciativas siguen siendo realizadas principalmente por los países occidentales.  Es innegable que a menudo lo llevan a cabo de manera imperfecta y que Occidente ha cometido graves errores socavando así su credibilidad como fuerza del bien. Pero por lo general, ha sido en beneficio de todos que Occidente haya asumido la responsabilidad en dichos asuntos.

La condición previa para poder proveer esos servicios es tener democracia en casa, una economía fuerte y unas capacidades  militares de proyección  global.  Este hecho es frecuentemente obviado por los europeos que prefieren pensar que una interacción pacífica entre los pueblos puede organizarse sin un importante componente militar.  Los europeos, por su carácter introspectivo y estratégicamente perezoso, han ido reduciendo sistemáticamente sus capacidades militares en los últimos veinte años. Así se ha llegado al punto donde incluso unas operaciones relativamente menores, como las de Libia o Mali, llevan a las fuerzas europeas a su límite.

Europa ha intentado contrarrestar esta tendencia diseñando diversas iniciativas como una Política Común de Seguridad y Defensa  para racionalizar las políticas de los 27 países, o generación y uso compartido de capacidades militares (UE) y la defensa inteligente (OTAN) para hacer mejor uso de los recursos. Nada de eso ha detenido el declive de la fuerza militar europea. Estados Unidos que sigue jugando el papel del agente de seguridad para Europa afirmó una y otra vez que esta situación no se puede prolongar mucho más.

¿Y qué pueden hacer los europeos? Se me ocurren dos cosas, una es difícil, la otra relativamente sencilla. La difícil sería finalmente empezar a gastar más en las capacidades de defensa. Simplemente ya no se puede evitar.  La generación y uso compartido de capacidades militares, ni siquiera en circunstancias óptimas, podrán aumentar las capacidades de manera significativa. Incluso en los tiempos de austeridad, gastar más, a la larga, es menos de lo que Europa se verá forzada a pagar si queda marginada en los asuntos internacionales.

Otra tarea para los europeos es, asegurar que las dos organizaciones en las que se pueden apoyar las políticas de seguridad, la OTAN y la UE, mantengan suficiente flexibilidad para dar cabida a las coaliciones de voluntarios que se convertirán en el instrumento principal de la actividad militar europea.

Y he aquí lo que Europa no debería hacer: no debería preocuparse por la falta de intereses comunes. Dichos intereses, como se ha mostrado en los casos de Libia y Mali, se hacen evidentes una vez  que surjan problemas serios y la necesidad de actuar se vuelva imperiosa. Europa tampoco debería temer que las coaliciones voluntarias puedan socavar la cohesión de la UE o la OTAN. No lo harán siempre y cuando se manejen de manera flexible y solidaria. De todos modos es poco probable que los miembros de la OTAN o la UE vayan a embarcarse en una misión conjunta. Más bien se irán reuniendo los Estados miembros elegidos según el caso y usarán la infraestructura proporcionada por todos ellos juntos.

Una Europa que invirtiese más en las capacidades militares disponibles y se permitiese algo de flexibilidad al implementar sus preciados marcos multilaterales, es el socio que EEUU necesitará en el siglo XXI.  Y Europa debería aspirar a ello, incluso más allá de su alianza con los Estados Unidos. Así se convertiría en un socio no solo más útil, sino también más independiente, con mayor influencia en relación a su aliado norteamericano. Y tendría más fuerza para respaldar su famoso poder blando.

Europa tiene que entender que el vínculo transatlántico constituye la base de su libertad y que necesita invertir  para mantener intacto este vínculo. Entender esto, por muy desagradable que sea, es la clave de unas buenas relaciones transatlánticas, de un futuro seguro y de la influencia estratégica de Europa en todo el mundo.

 Versión original en ingles