Irán cada vez más solo

Una fila de hombres sostienen la imágen del ayatolá Jomeini durante una manifestación en Irán (1978). Fotografía escaneada, autor desconocido (Wikimedia Commons / Dominio público).
Se cumplen hoy cuarenta años del fin de la revolución en Irán que encabezó el ayatolá Ruhollah Jomeini en 1979. El derribo del sah Mohamed Reza Pahlevi no solo supuso para Washington la pérdida de un aliado clave en Oriente Medio, sino también la emergencia de un actor político empeñado en cuestionar el statu quo regional, reclamando el liderazgo frente a Riad y Bagdad, y en exportar su modelo más allá de sus fronteras. Desde la perspectiva de los sucesores de Jomeini cabe imaginar que su valoración del balance cosechado desde entonces debe ser, como mucho, agridulce.
Es cierto, por una parte, que han logrado preservar el régimen a pesar de estar permanentemente en el punto de mira de algunos de sus vecinos y de potencias globales muy interesadas en derribar el sistema teocrático de velayat-e-faqih. Si el peso de un actor se mide por el de sus rivales, no hay duda de que Irán, la antigua Persia, es un país relevante. Basta con recordar que Estados Unidos lleva décadas intentando echar abajo a quien percibe como un proliferador nuclear y un promotor del terrorismo, no solo a escala regional sino también global. Tres son las etapas que muestran ese acoso y derribo: 1) la primera guerra del Golfo (1980-88), donde logró frenar a un Irak apoyado inequívocamente por las potencias occidentales; 2) la llamada “política de doble contención”, dirigida principalmente por Bill Clinton durante la última década del pasado siglo, que también incluía a un Irak en el que Sadam Husein, tras la invasión de Kuwait, se había convertido ya en un monstruo difícilmente controlable; y 3) el embate de George W. Bush, tras definirlo en enero de 2002 como parte del “eje del mal”, junto a Irak y Corea del Norte. Sin menospreciar otros factores, puede decirse que si Irán se ha librado en el contexto de la “guerra contra el terror” de sufrir un ataque masivo directo estadounidense ha sido, sobre todo, por la imposibilidad de Washington de abrir un tercer frente bélico en la región ante el empantanamiento en el que se había metido tanto en Afganistán como en Irak.
Eso no quiere decir que EEUU no haya persistido hasta hoy en lograr el mismo objetivo por otros medios. Pero es obligado reconocer que el régimen iraní ha sabido dotarse de unas bazas de retorsión nada desdeñables, que se resumen en la idea de que no hay solución militar al problema que pueda suponer el empeño de sus dirigentes por preservar el régimen y ampliar sus horizontes. A lo largo de estos años, Irán además de sus riquezas en hidrocarburos y su capacidad industrial y militar –ha logrado atesorar un alto grado de influencia en Irak–, es un actor fundamental para explicar la resistencia de Bashar al-Assad tras ya casi ocho años de guerra y cuenta con otras bazas tan notables a su servicio (lo que no significa que sean marionetas que puede usar a su antojo) como el Hezbolá libanés, el Movimiento de Resistencia Islámica palestino o el movimiento rebelde de los huzíes en Yemen; sin olvidar su habilidad para aprovechar en su beneficio la marginación que sufren las comunidades chiíes en países como Arabia Saudí o Bahréin. Todo ello mientras ha conseguido, con significativos contratiempos, mantener el control de su propia población, sin remilgos a la hora de emplear métodos violentos para acallar a los más díscolos.
En todo caso, nada de eso cambia la percepción de que Irán está cada vez más solo, sumido en un cerco que sus variados enemigos van estrechando de manera ¿inexorable? En la actual vuelta de tuerca liderada por la administración Trump, con la colaboración cada vez más visible de Israel y hasta de Arabia Saudí, resulta bien visible que la estrategia actual, tras la denuncia del acuerdo nuclear de 2015, consiste básicamente en ahogar económicamente al régimen –con sanciones cada vez más gravosas–, con la intención de provocar un estado de opinión generalizado que termine por activar una dinámica de protestas de suficiente nivel como para derribar al régimen. A eso se suma el apoyo a movimientos críticos con el régimen (sean los baluchis o los árabes de las provincias cercanas a Irak), sin descartar puntuales acciones militares o encubiertas.
Ante esa situación, y aunque se suceden las bravatas como la que acaba de expresar el segundo dirigente de los Pasdarán (“podemos destruir Israel en tres días”), tanto el líder supremo, Alí Jamenei, como sus allegados parecen inclinarse por aguantar el chaparrón hasta que escampe. Así está ocurriendo por ejemplo en Siria, donde Benjamín Netanyahu ya se atreve a reconocer públicamente sus ataques aéreos contra objetivos iraníes, sin que Irán vaya más allá de formular amenazas verbales que no van prácticamente nunca acompañadas de actos de fuerza. En lugar de represaliar contra un enemigo declarado como Israel, Irán parece contentarse con confiar en su propia capacidad de resistencia (entrenada a lo largo de muchos años de sanciones) y de control de la población, esperando a que Trump no sea más que una nota a pie de página en la historia y a que no le fallen todos sus socios y clientes. Así, su bajo perfil se explica, además de por la dificultad para responder a un enemigo que cuenta con una abrumadora superioridad aérea en Siria, por su interés en no dar argumentos para que la Unión Europea termine por alinearse con Estados Unidos. ¿Cuánto tiempo aguantará así?
Irán no me parece estar solo. La guerra en Siria ha reforzado sus lazos con Rusia. Tienen la puerta entreabierta con China y la UE. No han sido ellos los que han echado abajo el tratado nuclear sino EEUU, de manera que las demás potencias no se les muestran hostiles. Tienen a Irak en sus manos y han sabido mantenerse fuera de la vista, incluso tras a caída de Mosul.
Quiero plantear una idea que no se suele mencionar en los titulares: ¿Como son las relaciones entre Irán y la India? ¿Y como podrían llegar a ser si los EEUU abandonan Afganistán? Los talibanes son fanáticos anti chitas, de manera que los chiítas afganos (aproximadamente un cuarto de toda la población) no lo van a pasar nada bien. Eso debería avinagrar las relaciones entre Teheran e Islamabad, pues el ejercito pakistaní es y ha sido siempre el principal sostén de los talibanes.
¿Podrían los ayatolahs iraníes sacrificar fríamente a sus correligionarios en Afganistán para mantener buenas relaciones con Pakistán? Y aunque así fuera, ¿podrían los militares pakistaníes mantener bajo control a sus protegidos? la ultima vez no pudieron.
De aquí a unos años, en función de como evolucione la situación afgana, no me parece descabellado ver una aproximación de realpolitik maquiavélica entre Teheran y Nueva Delhi, con los talibanes y los pakistaníes en el punto de mira. Todo depende de:
-Los EEUU se van de verdad de Afganistán. De manera que en un par de años los talibanes conquistan el país.
-Los talibanes no van a la guerra contra sus antiguos patrocinadores. Los pakistaníes no logran controlar a sus apadrinados pero se mantiene algún tipo de modus vivendi con ellos.
-Irán decide hacer algo para proteger a los chiítas afganos.
En resumen: todo depende de que EEUU se largue realmente de Afganistán. A partir de ahí las cosas irían mas o menos rodadas por si solas.
En el muy completo relato de los cuarenta años del fin de la revolución que cambió al sha Pahlevi por el ayatolá Jomeini, se indican dos pretensiones iraníes: 1- reclamar el liderazgo frente a Irak y Arabia Saudita; y 2- exportar su modelo más allá de Irán.
Y, uno recuerda una viñeta de aquel tiempo en un periódico francés, con el hierático y severo rostro bajo turbante negro del ayatolá Jomeini sobre el inmenso perímetro de Irán, y escrito debajo: “muy fácil, de vuelta al siglo XV”.
Y no exactamente, pero casi.
Uno a visto en TV a clérigos iraníes en Cuba, también en Venezuela. Y la visión no queda indemne, el contraste es bestial, antagónico.
¿Exportar su modelo?, qué modelo, cuál, cómo, a dónde.
También se nos dice que las gravosas sanciones pueden terminar activando unas protestas de la población con la suficiente entidad que terminen derribando al régimen.
Los que hemos vivido bajo dictaduras en gran parte también religiosas, como sucedió en nuestros cuarenta años en España, sabemos dolorosamente, que tal cosa no es posible.
Además Irán no es en parte religiosa, es de su religión chiita de donde sale todo el estado, incluyendo sus más preparadas fuerzas armadas.
Por supuesto que confían ciegamente en su capacidad de resistencia.
También en su política exterior de bajo perfil.
Discrepo del amigo Juanjo, yo sí percibo un Irán cada vez más solo. No puedo entender qué lazos pretenda Vladimir Putin estrechar con el ayatolá Jamenei; Rusia no pretende petróleo, sino venderlo, y ya está sufriendo sanciones de Occidente y lo que quiere cuanto antes, sino anularlas, por lo menos aliviarlas.
La aproximación pragmática Irán-India, sólo después de un abandono norteamericano total de Afganistán, con todo mi respeto hacia una opinión ajena, me parece casi de política-ficción.
Si no tuviera este respeto, que lo tengo; y la opinión viniera por otra fuente, diría simplemente que delirante.
Gracias.
El articulo es muy ilustrativo, felicitaciones por informarnos a los que sabemos tan poco acerca del mencionado país.