Lo malo es mejor que lo peor, pero Europa ha perdido en el empeño

Donald Tusk, Alexis Tsipras, Euclidis Tskalotos, Angela Merkel y François Hollande. Foto: Left.gr. Blog Elcano
(Donald Tusk, Alexis Tsipras, Euclidis Tskalotos, Angela Merkel y François Hollande. Foto: Left.gr)
Donald Tusk, Alexis Tsipras, Euclidis Tskalotos, Angela Merkel y François Hollande. Foto: Left.gr. Blog Elcano
(Donald Tusk, Alexis Tsipras, Euclidis Tskalotos, Angela Merkel y François Hollande. Foto: Left.gr)

La Eurozona, y por extensión la UE, ha evitado un grave accidente con Grecia, aunque no de forma definitiva en lo que será un largo y difícil camino que recorrer y a un coste muy elevado, para Grecia y para el propio proyecto europeo. Aunque las negociaciones del tercer rescate están por hacer, una vez que Grecia haya acometido una serie de formas inmediatas y se haya comprometido fehacientemente a otras. El éxito del acuerdo forjado con sudor y lágrimas para Grecia no está garantizado y la UE sale de esta crisis peor de lo que entró, con menos credibilidad y más dividida por algunos surcos profundos:

  1. De momento, se ha evitado lo peor. Pues una salida de Grecia del euro, además de desastrosa a corto plazo para los propios griegos, hubiera dado al traste con la supuesta irreversibilidad de la Unión Monetaria, transformándola en una mera zona de tipo de cambio fijo, con consecuencias nefastas para otros posibles casos en el futuro, incluidos algunos grandes como Italia, España e incluso Francia. Pero que el gobierno alemán pusiera sobre la mesa esa posibilidad en las negociaciones, y la utilizara para presionar, puede haber hecho un daño de incalculables consecuencias a la credibilidad a largo plazo de la propia Unión Monetaria. Es, además, una perspectiva que no se ha cerrado lo suficientemente. En unos días, meses o años el caso griego puede resurgir, y con él las dudas sobre el euro, porque poco se ha resuelto de verdad.
  2. La manera cómo se ha negociado internamente en la UE, siempre al borde del abismo, le hace perder credibilidad hacia adentro y hacia afuera. Es comprensible que el que presta busque garantías, pero se ha tratado a Tsipras, y a Grecia, como si fuera un enemigo a batir o a someter, como si de un nuevo Versalles se tratará, no como un socio, por muy díscolo que sea, a ayudar. La UE se ha olvidado de sus orígenes y de su pasado.
  3. Las dinámicas internas de las sociedades europeas se están tornando contra Europa y están en buena parte detrás de lo que ha pasado y de la mala gestión política de la situación. Los demoi están divididos por dentro y no hay, ni habrá, lo que sería parte esencial de la solución: un demos Los movimientos euroescépticos están creciendo, íntimamente unidos a la xenofobia en los países del Norte de la UE, y ahora del Este, o al rechazo a la austeridad en una parte del Sur. Con algún punto de contacto entre ellos como cuando Marine Le Pen apoya a Tsipras en el Parlamento Europeo. Esta revuelta contra el statu quo pone en peligro no ya la confianza en Grecia, sino la confianza mutua que es uno de los pegamentos de esta Europa, lo que dificulta su funcionamiento.
    El debate sobre la inmigración y sobre el reparto de la acogida de refugiados de guerras había sido un buen y vergonzante reflejo de esta situación. Hoy hay menos ganas de solidaridad y de integración. Incluso en países de Europa del Este, que vienen de donde vienen (España también, aunque de otro sitio).
    Esta vez el acuerdo para un tercer rescate griego por tres años desde el Mecanismo de Estabilidad (MEDE), cuando se negocie habrán de ratificarlo varios parlamentos nacionales, duros de roer, entre ellos el alemán, el estonio y el finlandés. No está garantizado. El ministro de Asuntos Exteriores de este último país, Timo Soini, líder del partido populista euroescéptico, había descrito antes del acuerdo el drama griego como “simultáneamente una parodia, una comedia y una tragedia… que continuará mientras la chica tenga una vaca de dinero que ordeñar”.
  4. La dinámica institucional se ha resentido. La Comisión y su presidente han perdido autoridad. Incluso el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, aunque fue de los que más se opuso a la amenaza alemana de expulsar a Grecia del euro, si bien temporalmente. Lo mejor fue el debate con Tsipras en el Parlamento Europeo.
  5. Hay un claro distanciamiento entre Francia y Alemania. De sus opiniones públicas (en junio dos terceras partes de los alemanes estaban a favor de que Grecia se marchara del euro, más que en Francia) y de sus gobiernos. Hollande ha tirado de un lado, Merkel de otro, y sólo han vuelto a coincidir al borde del precipicio. Pero que Alemania, en contra de Francia, llegara a proponer la suspensión temporal de Grecia en el euro indica no sólo lo que era una poco velada intención alemana, sino el mal estado del eje franco-alemán, necesario, aunque ya no suficiente en una Unión de 28. Es parte de una división de la UE, y de la Eurozona, profunda. No sólo entre ricos y menos ricos, sino incluso dentro de una misma familia política que ha sido tan esencial para la construcción europea, como la socialdemocracia. Véase estos días la actitud de algunos socialdemócratas nórdicos ante Grecia. Los dominantes populares, del centro-derecha, están más unidos.
  6. El liderazgo político en Europa ha mermado. Aquí no había nadie para marcar el camino, para tirar de los demás. Liderar no es lo mismo que mandar. Merkel no se ha comportado como una dirigente que tiene clara la ruta a seguir, al contrario de Kohl. Éste en su día convenció a sus conciudadanos reticentes de renunciar al marco alemán en favor de un euro del que han sido los mayores beneficiarios. Los demás dirigentes de la Eurozona (y de la UE) han estado desaparecidos. Hollande sólo asomó la cabeza muy al final.
  7. Ha habido, además de un choque de irresponsabilidades, otro de legitimidades, de democracias, de conceptos de soberanía. El referéndum de Tsipras (que busca evitar una ruptura de Syriza, que ahora puede ocurrir) iba contra la idea de soberanía compartida que está en la base de la construcción europea. El actual primer ministro griego ha hablado, tras el acuerdo, de seguir intentando “recuperar soberanía”, cuando el juego europeo es otro. Y este choque se ha producido cuando los estándares democráticos han bajado en la UE. Hoy Hungría, por citar un ejemplo, no cumpliría los llamados criterios de Copenhague para entrar en la UE. El trilema de Rodrik adaptado a la Eurozona (no es posible a la vez soberanía, unión económica y democracia, sólo se pueden conseguir dos de estos elementos a la vez), que ha quedado a la vista estos días, sólo tendría solución si hubiera un demos europeo. La soberanía nacional, vinculada a una forma de ver la democracia, vuelve a ser el problema para avanzar en Europa. Para conseguir esa democracia, los dirigentes europeos tendrían bien que renunciar a la soberanía económica, bien aplicarla en beneficio de sus ciudadanos. Lo primero no lo permiten las dinámicas internas nacionales. Lo segundo, lo limita el sistema.
  8. La manera como se ha comportado Grecia, incumpliendo las reglas del club o haciendo trampas, también ha influido. Trampas han hecho los gobiernos conservadores y los socialistas, anteriores a Tsipras, y Bruselas era muy consciente de ello desde hace mucho tiempo. Como señalaba Martin Wolf, la responsabilidad en un caso así no es sólo de los griegos sino también de sus acreedores y de los que les dejaron entrar en la Unión Monetaria en 2001, a sabiendas, cuando no estaba preparada para ello.
    Aunque habrá que ver qué pasa en las próximas elecciones griegas que se van a convocar antes de final de año, podemos estar ante una paradoja: que tras las trampas de sus predecesores sea un gobierno de izquierda radical el que vaya a llevar finalmente a cabo las reformas. No sólo recortes, privatizaciones (con un nuevo fondo supervisado por Bruselas) o liberalizaciones (la obsesión dominante en esta Europa), sino la construcción de un Estado (sistema recaudatorio, catastro, justicia, etc.) que Grecia necesita.

Junto al anuncio del duro acuerdo, debería haber salido de la cumbre de la Eurozona en Bruselas un mensaje claro de que la Unión Monetaria requiere avanzar de forma decisiva en su integración en el sentido marcado, por ejemplo, por el informe de los cinco presidentes: unión fiscal, tesoros europeos, unión política, etc. Pero no. Las dinámicas internas de cada país que se han puesto en evidencia en esta crisis lo impiden. Aunque está claro que la Eurozona no puede quedarse donde está: o avanza decididamente, en contra de las dinámicas internas nacionales, o empezará a deshacerse. De momento, algo se ha roto.