Conflictos y conspiraciones en América Latina

Imagen de las protestas en Santiago de Chile (2011). Foto: Diego Martin (CC BY-NC-ND 2.0)
América Latina siempre ha sido una tierra fértil para las conspiraciones. Su historia independiente está jalonada de complós de todo tipo y color, de largas manos oscuras que, con fines ocultos, tienden a favorecer posiciones de privilegio o poner en marcha temidas revoluciones de fuerte contenido subversivo. En estos días, marcados por una intensa conflictividad en la región, hemos tenido conspiraciones para todos los gustos, unas inspiradas por agitadores bolivarianos (venezolanos con apoyo cubano) y otras por la garra asfixiante del antipopular ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Con la torpeza que lo caracteriza y en un plan claramente provocador, Nicolás Maduro se quiso atribuir la paternidad de buena parte de la conflictividad en alza y con relación al Foro de São Paulo señaló: “Estamos cumpliendo el plan. El plan va como lo dijimos. Va perfecto el plan. Ustedes me entienden, el plan va en pleno desarrollo, victorioso”. De ese modo aportó munición extra a todos los que salieron a denunciar la injerencia desestabilizadora de las huestes bolivarianas. Sin embargo, la realidad es tozuda y si hay un país en América Latina que enfrenta una profunda crisis y donde la represión estatal actúa de forma desmedida ese es Venezuela.
Ahora que está a punto de terminar el intenso ciclo electoral de los últimos tres años encontramos una realidad política muy heterogénea. Y es precisamente esa heterogeneidad la que dificulta encontrar un patrón conspiranoico común. Hay países que recientemente han negociado con el FMI, como Ecuador y Argentina, en manos de gobiernos neoliberales. Y hay otros controlados por la llamada izquierda bolivariana, como Bolivia y Venezuela. Por eso, una pregunta que debemos hacernos en este momento es a quién le interesa desestabilizar a América Latina, en el supuesto caso, bastante increíble, de que haya un único interesado.
Desde esta perspectiva las cosas son mucho más complejas de lo que parecen. Para empezar, en dos países con presencia del FMI, la reacción popular fue diversa. Mientras la Argentina posterior a las PASO, que parecía dirigirse a una nueva hecatombe, fue capaz de evitar una salida violenta, Ecuador, más acostumbrado a los “golpes de calle” en los últimos años, asistió sorprendida a brotes de un furor desmedido que amenazaron la paz social.
Y en Chile, donde también ha habido una fuerte respuesta social, con un lamentable saldo de muertos, heridos y destrozos, una parte de la población se levantó contra las políticas neoliberales, aunque el Fondo ni está ni se lo espera, dada la solidez de sus equilibrios macroeconómicos. Aquí se podría pensar que agentes castro-chavistas o próximos al Foro de São Paulo han sido responsables de lo ocurrido. Pero, ya querrían sus partidarios locales tener tanto poder y capacidad de movilización. Sin embargo, también ha habido brotes violentos en Bolivia y Venezuela, países bolivarianos, donde la causa de la desestabilización seguramente debe venir de otro lado, impulsada por otros agentes, de la CIA según algunas interpretaciones.
Esta larga reflexión tiene por objeto combatir la pereza intelectual y señalar que no hay explicaciones sencillas, binarias y omnicomprensivas. Que ni el imperialismo yanqui y sus aliados locales, vinculados a las oligarquías tradicionales, ni el comunismo internacional o castro-chavismo permiten explicar, más allá de las proclamas, lo que está ocurriendo en América Latina. Cierto es que no hay que ser tan ingenuo como para desconocer la presencia de grupos organizados de uno u otro signo, pero no creo que en ninguno de los países afectados ellos, por si solos, hayan tenido la capacidad desestabilizadora que comúnmente se les adjudica.
Si algo ha caracterizado a buena parte de las últimas elecciones celebradas en la región es el predominio del voto bronca o voto del cabreo, impulsado por las dificultades económicas que atraviesan algunos países. Sin embargo, aquí también hay diferencias a ambos lados del espectro político. Mientras Chile y Bolivia tienen respetables tasas de crecimiento, Argentina y Venezuela atraviesan por una coyuntura sumamente complicada.
Otro elemento a considerar, junto a la desigualdad, la corrupción, la violencia y la presencia de redes de narcotraficantes cada vez más implantadas sobre el terreno, es la situación de amplias capas de clases medias emergidas en los últimos años y que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad. A ello hay que unir la presencia de sus nuevas demandas políticas, económicas y sociales, una y otra vez insatisfechas por quienes ostentan el poder, con independencia de su signo ideológico. Como apuntó Patricio Navia, hablando del caso chileno, “la clase media vio la tierra prometida y quiere entrar”.
No solo eso. Cuando un desafortunado Sebastián Piñera dijo que estaban en guerra y declaró el estado de excepción debió enfrentar críticas generalizadas, que rápidamente tendían a recordar a la dictadura pinochetista. Días más tarde fue Evo Morales quien denunció un golpe de estado de la derecha y también decretó el estado de excepción y movilizó a las fuerzas de seguridad, aunque en su caso no se mencionó a ningún precedente dictatorial. Todo esto implica que un continente complejo exige explicaciones e interpretaciones complejas. Mientras nos sigamos moviendo únicamente en la lógica de la conspiración corremos el riesgo de no entender nada y desperdiciar la oportunidad de encontrar soluciones políticas a problemas complejos.
Sobre Venezuela no comparto que aunque “la realidad es tozuda […] y que enfrenta una profunda crisis y donde la represión estatal actúa de forma desmedida”, no deje de pensar en pagar para que ocurran, porque ese entorno les favorecería ahora que están de malas….
Saludos Carlos…
Por supuesto que un entorno revuelto favorece la continuidad de Maduro, y que él hará todo lo posible para crisparlo más. Sin embargo, lo que aquí se dice es que no tiene la capacidad de iniciar una revuelta como la de Ecuador o Chile, por más que después las intente capitalizar.
Desde mi perspectiva: aunque a muchos personajes de la “izquierda tradicional” les pese, lo que ocurre en Chile no va a derivar en un vuelco de modelo hacia el socialismo. El promedio de manifestantes en Chile pide “perfeccionamientos al sistema” que aseguren una mejor calidad de vida. Tampoco siento que el modelo fracasó: colapsó, es cierto, pero no ha fracasado. Hace unos días nada más el mall de Concepción ha vuelto a funcionar casi como si nada, la gente consume y el gobierno está intacto (aunque tambalea y raya en el delirio, es el gobierno de Sebastián Piñera el más dañado, y de forma muy lamentable pequeños comerciantes. El resto de números como desempleo y economía en un trecho de tiempo razonable se pueden recuperar).
Al punto: si la teoría del Foro de Sao Paulo fuera cierta:
1. … habrían líderes claros desde la oposición que se alzarían como alternativa frente al descalabro. Cosa que no ha ocurrido. Hay una ausencia de liderazgos terrible.
2. … hubiera sido impensable que un PPD o un PS apoyaran un eventual “acuerdo por la paz”.
3. … entonces, como bloque, adolecen de una inoperancia digna de ser ridiculizada.
Andaba un “meme” en facebook dando vueltas hace días que decía algo así como:
“es imposible que la izquierda hubiera orquestado todo, si son incapaces de sentarse a conversar sin dividirse en 10 partidos políticos distintos”.
Resulta gracioso, pero acaso, ¿no es sino el tema de las dictaduras en Cuba y Venezuela una de las tantas razones por la cual los políticos de izquierda chilena justamente tienen más diferencias?