Anne Applebaum y el crepúsculo de la democracia liberal

“No pienses, no preguntes, paga tus impuestos, vota por nosotros”. Valla publicitaria del artista callejero Peter Fuss en Pola, Katowice (Polonia). Foto: Pawel Czerwinski (@pawel_czerwinski). Blog Elcano
“No pienses, no preguntes, paga tus impuestos, vota por nosotros”. Valla publicitaria del artista callejero Peter Fuss en Pola, Katowice (Polonia). Foto: Pawel Czerwinski (@pawel_czerwinski)
“No pienses, no preguntes, paga tus impuestos, vota por nosotros”. Valla publicitaria del artista callejero Peter Fuss en Pola, Katowice (Polonia). Foto: Pawel Czerwinski (@pawel_czerwinski). Blog Elcano
“No pienses, no preguntes, paga tus impuestos, vota por nosotros”. Valla publicitaria del artista callejero Peter Fuss en Pola, Katowice (Polonia). Foto: Pawel Czerwinski (@pawel_czerwinski)

¿Se puede escribir un libro de política con un llamativo toque de melancolía y nostalgia? Se puede si quien lo escribe, tiene un profundo conocimiento del pasado reciente, un ágil estilo periodístico y una gran habilidad para hacer aflorar en el momento oportuno las vivencias personales. Este es el caso de la profesora, historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum en su libro El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo (Ed. Debate).

No es un libro más sobre los populismos. Aquí predominan los hechos sobre las teorías. La obra es, en gran parte, una crónica de cómo los amigos de ayer se convierten en los adversarios de hoy, y esos nuevos adversarios, que Applebaum nunca buscó deliberadamente, le responden con el silencio, las evasivas o incluso aluden a sus orígenes judíos, lo que nunca es buena señal en sociedades polarizadas en las que se apuesta por el simplismo y el rechazo de las complejidades. Son malos tiempos para quienes tienen muchas dudas y desconfían de las afirmaciones categóricas. Pero la época de los populismos es la de la proclamación de unas “certezas”, refrendadas a menudo por las urnas, que nadie tiene derecho a cuestionar porque el populismo, en sus diversas versiones, es un moralismo y lo que es peor, como diría la propia Applebaum, es una alternativa a la realidad.

En mi opinión, habría sido más adecuado traducir el término “twilight” del título original de la obra por el de “crepúsculo”. Ocaso suena más solemne o incluso más definitivo. El crepúsculo es el preludio a la noche, aunque la noche termina con un nuevo amanecer. En efecto, Applebaum no pronostica el fin de la democracia liberal, sino que presenta el hecho de que la democracia puede adquirir formas no liberales, y esto puede suceder tanto en las nuevas democracias como en las democracias consolidadas. Porque como afirma la autora, cuando se dan las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede volver la espalda a la democracia. En este sentido el libro está en la línea de La luz que se apaga, publicado en 2019 por Ivan Krastev y Stephen Holmes, y en el que se llega a la conclusión de que, aunque Occidente ganó la Guerra Fría, el triunfo universal de la democracia liberal y la economía de mercado no se ha producido.

Si bien el libro se ocupa de Hungría, Polonia y otros países, me parece que los análisis más logrados del libro son los referentes a Gran Bretaña y Estados Unidos. En la década de los ochenta en ambos países triunfó un liberalismo conservador de la mano de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y poco tiempo después se produjo la caída de los regímenes comunistas. Empezaron luego los “felices noventa”, se hablaba de un “nuevo orden mundial”, se ampliaron la UE y la OTAN, y los dos países anglosajones tuvieron mucho que ver con estos acontecimientos. La propia Applebaum era una colaboradora habitual del semanario conservador The Spectator, entre otros medios británicos. Sin embargo, hoy no se reconocería en las páginas de una publicación satisfecha con el Brexit y con Boris Johnson. Anne Applebaum y su marido Radosław “Radek“ Sikorski, exministro polaco de Defensa y de Asuntos Exteriores, conocieron y trataron de cerca a Johnson, y la conclusión que se puede entresacar del libro es que el primer ministro sigue siendo un miembro del club Bullingdon, famoso por sus juergas y disparatadas ocurrencias, al que pertenecieron tanto él como Sikorski cuando estudiaban en Oxford. Ese club fue retratado magistralmente por Evelyn Waugh, bajo la denominación de club Bollinger, en su novela Decadencia y caída (1928), y ciertas mentalidades no parecen haber cambiado mucho en casi un siglo.

Applebaum atribuye a Johnson, desde sus tiempos de periodista en el Daily Telegraph, una cierta responsabilidad en la visión negativa de la UE adquirida por muchos británicos. Propagó toda una serie de noticias jocosas que convertían a la Unión en una fuente de histeria reguladora. Compara la autora la actitud del político conservador con la del adolescente díscolo que tira piedras sobre los cristales del invernadero desde el muro del exterior del jardín. Johnson llegó a ser alcalde de Londres, pero en opinión de Applebaum, nunca estuvo satisfecho en ese puesto, pues su aspiración era estar en el Parlamento y llegar a altos cargos políticos con el Partido Conservador. El método para lograrlo solo podía ser una actitud de desafío, de exhibir la determinación de ser alguien que decide, y no alguien que se limita a negociar. Si a esto añadimos el carisma de Johnson para atraer a la gente e infundirle confianza, como reconoce la autora, comprenderemos que el político solo tenía que aguardar su oportunidad. Se la dieron, después del Brexit, David Cameron, otro compañero del club Bullingdon, y Theresa May. Uno no supo prever las consecuencias del referéndum, y la otra no supo gestionar el Brexit. Los conservadores quedaron huérfanos de un líder, y el líder finalmente sería el “gracioso”, el que podía hacerles reír, el que se apoderó del balón de rugby en medio del desconcierto y les infundió una sensación de superioridad inglesa. Applebaum recuerda con nostalgia que el mercado único europeo, que conllevaría también la ampliación de la UE hacia el este, fue, ante todo, una iniciativa británica. Eso queda hoy muy atrás, aunque Johnson exhiba el eslogan de Global Britain.

La nostalgia de Anne Applebaum es una nostalgia reflexiva, tal y como diría Svetlana Boym en su libro El futuro de la nostalgia, pero ese tipo de nostalgia no precisa recuperar el pasado. En mi opinión, se asemeja al llanto de Escipión Emiliano antes las ruinas de Cartago en el 146 a. C. Los romanos han vencido definitivamente y se han quedado sin enemigo. Pero la nostalgia es más de las situaciones que del tiempo pasado. Tras el final de las guerras púnicas, Roma se envolverá en una sucesión de guerras civiles que traerán la ruina de la república. Pienso que esta imagen se podría aplicar igualmente a los liberales conservadores de los años 80 y 90, entre los que se encontraría Applebaum, que se enfrentan a nacionalistas conservadores, con los que un día compartieron la lucha contra el comunismo. Las descripciones en el libro de dos fiestas con amigos en Polonia, en años tan diferentes como 1999 y 2019, exhiben los sentimientos a flor de piel de la autora. Las ausencias de la última de las celebraciones indica que algunos amigos dejaron de serlo. Sin embargo, la nostalgia que impregna a los populismos actuales es lo que Applebaum califica de nostalgia restauradora, cultivadora de mitos y proyectos políticos nacionalistas, una “versión Disney” de la historia en la que no caben los matices y que abunda en teorías conspiranoicas. La tentación autoritaria se hace una realidad cuando impera una mentalidad simplista, a la que le molestan las complejidades y le disgusta toda división. El populismo no se siente nunca a gusto con los matices.

El mandato de Donald Trump ha sido para Applebaum la demostración de que la democracia liberal en Estados Unidos no es algo imposible de revertir. Los padres fundadores de la nación, lectores de los clásicos griegos y latinos, creían que la naturaleza humana es imperfecta y que, pese al optimismo de la Ilustración, era conveniente adoptar medidas especiales para que la democracia no degenerase en tiranía. Pero con el paso del tiempo, particularmente a lo largo del siglo XX, el radicalismo de derecha y de izquierda empezó a cuestionar los valores en que se asentaba la democracia estadounidense. Applebaum recuerda con nostalgia los años de Reagan, los del triunfo del liberalismo conservador que estaba también presente en la atmósfera de optimismo de los inicios de la Posguerra Fría. Pero después se impuso un discurso que ponía énfasis en la decadencia del país y cuestionaba las instituciones. Desembocaría en un nacionalismo étnico, semejante al de naciones europeas más antiguas. Un efecto no deseado de este nacionalismo sería considerar que no existen grandes diferencias entre la democracia y la dictadura. Estados Unidos ya no tendría que ser “la luz en la colina”, como aseguraba Reagan, cuyos valores serían un ejemplo para el mundo. La presidencia de Trump fue un ejemplo de cómo el inquilino de la Casa Blanca había dejado de desempeñar el papel de “líder del mundo libre”, tal y como era calificado durante la Guerra Fría. Esto explica el alejamiento de Applebaum del Partido Republicano, que había pasado a ser el partido de Trump. En las elecciones presidenciales de 2008, la escritora todavía apoyó a John McCain, pero estaba disconforme con la candidatura de Sarah Palin a la vicepresidencia.

La conclusión del libro es que la democracia es un régimen en que la estabilidad no está garantizada, al contrario de lo que sucede en el autoritarismo. Antes bien, la democracia exige participación, debate, esfuerzo y lucha. Además, siempre existe la posibilidad de fracaso. Es posible que los electores reviertan las tendencias populistas, aunque nadie puede garantizar que no vuelvan a aparecer, pues hace tres décadas no se produjo el anunciado fin de la historia. La historia, como dice Anne Applebaum, puede irrumpir en nuestras vidas en cualquier momento.