Abqaiq: ataque al corazón del sistema saudí

En ruta a Abqaiq. Qasr Al Khaleej, Dammam (Arabia Saudí). Foto: AAlsaiad (Wikimedia Commons / CC BY 3.0). Blog Elcano
En ruta a Abqaiq. Qasr Al Khaleej, Dammam (Arabia Saudí). Foto: AAlsaiad (Wikimedia Commons / CC BY 3.0)
En ruta a Abqaiq. Qasr Al Khaleej, Dammam (Arabia Saudí). Foto: AAlsaiad (Wikimedia Commons / CC BY 3.0). Blog Elcano
En ruta a Abqaiq. Qasr Al Khaleej, Dammam (Arabia Saudí). Foto: AAlsaiad (Wikimedia Commons / CC BY 3.0)

No es un ataque más de los varios que lleva sufriendo el sistema petrolífero saudí desde que Riad (es decir, Mohamed bin Salman) decidió implicarse militarmente en el conflicto de Yemen, en marzo de 2015. El golpe sufrido en la madrugada del pasado día 14 por Arabia Saudí en sus instalaciones en Abqaiq y Khurais convierte en irrelevantes los lanzamientos de los ineficaces misiles Scud que Sadam Husein se atrevió a emplear en 1991, o los puntuales ataques y atentados perpetrados por los huzíes en este último año.

Los hechos

Abqaiq es el corazón del sistema petrolífero saudí dado que en sus instalaciones se procesa diariamente en torno a 7 millones de barriles de petróleo (70% de la producción nacional), procedente de diversos campos que inevitablemente tienen que pasar por sus tuberías para llegar posteriormente al mercado. Por su parte, Khurais es el segundo campo petrolífero saudí, con una producción diaria en torno a los 1,45 millones de barriles.

En la madrugada del pasado sábado se produjo un ataque que ha incendiado diversas instalaciones hasta el punto de que, tras haber logrado controlar el fuego y transmitir una primera señal de inmediata vuelta a la normalidad, el propio ministro de energía saudí, Abdulaziz bin Salman (nombrado hace apenas una semana), ha declarado que se recorta la producción nacional a la mitad por un tiempo indefinido (pasando de 9,8 millones de barriles diarios a tan solo 5,7).

El ataque ha sido reivindicado de inmediato por los rebeldes huzíes, milicia yemení apoyada por Irán y opuesta al bando del presidente Abdo Rabbu Mansur Hadi (apoyado por Riad y reconocido por la comunidad internacional). Pero, también de inmediato, el propio secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, ha acusado directamente a Teherán, aunque sin aportar ninguna prueba.

Entretanto, ni siquiera hay una interpretación consensuada sobre lo ocurrido. Unas fuentes, dando pábulo a la autoría huzí, hablan de diez drones cargados de explosivos que habrían volado ¡unos mil kilómetros desde suelo yemení! para alcanzar Abqaiq y Khurais. Otras, sin embargo, sostienen que el ataque fue efectuado desde Irak con misiles crucero por autores sin identificar (milicias proiraníes, huzíes o pasdarán iraníes).

El análisis

No es en el terreno energético en el que cabe esperar los mayores problemas derivados del ataque. Por un lado, en las semanas que se tarde en recuperar la operatividad plena de las instalaciones dañadas, Riad tiene suficientes medios –gracias a sus propias reservas y las instalaciones ubicadas en Rotterdam (Países Bajos), Okinawa (Japón) y Sisi Kerir (Egipto)– para mantener el actual nivel de suministro a sus clientes. Además, también cabe imaginar que algunos productores de la OPEP, precisamente cuando a principios del verano se volvieron a renovar los recortes para intentar mantener los precios a los niveles actuales, estarán bien dispuestos para cubrir cualquier demanda. Por último, se supone que los países de la OCDE cuentan con sus reservas para cubrir 90 días de consumo y la Casa Blanca también se ha mostrado dispuesta a emplear sus reservas estratégicas para paliar cualquier problema de suministro. En definitiva, no parece que del ataque se vaya a derivar un brusco repunte de los precios, aunque las tentaciones especulativas del siempre volátil mercado energético pueden arruinar cualquier aproximación racional.

Otra cosa bien distinta es lo que afecta a la imagen de la ya seriamente dañada monarquía saudí. El simple hecho de que la joya de la corona de la Saudí Arabian Oil Company (Aramco) haya sido golpeada de esta manera, habla muy a las claras de la escasa capacidad de la defensa saudí para garantizar sus propios activos y de las limitaciones de la cobertura de seguridad que le presta Washington. Es bien sabido que el reino es el primer importador mundial de armas, pero una vez más se ha vuelto a demostrar que esa acumulación de medios no le supone contar con un sistema de defensa a la altura de las amenazas derivadas de su aventurerismo militar. En esas condiciones, los potenciales interesados en la salida al mercado bursátil de Aramco (que algunos anuncian ya para el próximo mes de noviembre) quizás no se sientan ahora demasiado animados a participar en el capital de la empresa más rentable del mundo.

De igual modo, tanto si han sido los huzíes (que en modo alguno cabe calificar como una simple marioneta de Teherán) como los iraníes, la estrategia saudí y estadounidense en la región quedan igualmente muy tocadas. Si han sido los huzíes, que se han apresurado en decir que han contado con ayuda sobre el terreno (en referencia probablemente a la minoría chií marginada por Riad, que habita las principales zonas petrolíferas orientales), el ataque demostraría que la maquinaria militar liderada por Riad no es capaz, más de cuatro años después, de eliminar la amenaza de una milicia teóricamente inferior en capacidades de combate. Y si han sido los iraníes también quedaría claro que la “máxima presión” ejercida por Donald Trump tampoco ha disuadido a Teherán de seguir inmiscuyéndose en los asuntos de sus vecinos y aceptar un nuevo acuerdo nuclear.

Llegados a este punto, el simple cálculo de coste-beneficio debería imponer un replanteamiento global de la manera en la que Riad y Washington pretenden imponer su dictado en el Golfo. Pero nada indica que algo así vaya a suceder.